/ viernes 30 de diciembre de 2022

Obispo de Torreón, Luis Martín Barraza, pide renovar renovar la esperanza

Hay un principio de rebeldía que nos lleva más allá de nuestros límites: Diócesis

Torreón, Coahuila.- El obispo de la Diócesis de Torreón, Luis Martín Barraza Beltrán, dijo en su mensaje de Año Nuevo que es el momento de renovar la esperanza. Es de vital importancia para los seres humanos estar en camino hacia una vida nueva. Junto con el alimento y el vestido, las personas necesitamos la esperanza de una vida plena. Es esta esperanza que nos lleva a trascender el nivel meramente temporal para encontrar un consuelo en lo espiritual.

La naturaleza y el acontecer cotidiano nos sorprenden continuamente con sus cambios, pero los humanos aspiramos a cambios más radicales.

Te recomendamos: De los ciudadanos depende darle a Coahuila buenos gobernantes: Obispo

Si redujéramos la existencia humana sólo a la repetición de las leyes naturales, la creatividad del espíritu humano se sentiría oprimida.

Hay un principio de rebeldía al interior de toda carne que reclama siempre ir más allá de sus límites. Debe haber algo verdaderamente nuevo que sobre pase el ritmo fatal del tiempo solar.

Foto: Roberto Rodríguez Hernández | El Sol de La Laguna

Hasta se arriesga la vida con tal de sentir el consuelo de la novedad. Pareciera que el deseo de lo nuevo se excita cada vez más, a medida que crece la capacidad de producir cosas y noticias, algunas falsas (fake news).

Tal vez por eso celebramos el Año Nuevo, cualquier pretexto es bueno para acariciar la esperanza de que algo nuevo está por venir, cada día, cada semana lo es, pero más grande es la promesa de un año.

El comienzo de un año está más en el consenso humano, que en un tiempo real. Existen otros “años nuevos” como el escolar o el litúrgico; y en otras latitudes otro ritmo de los años.

Puede ser que algunos movimientos en la naturaleza sorprendan nuestro espíritu, pero eso es nada para la necesidad tan profunda de cambio que hay en el corazón humano.

Es cierto que el hombre puede hacer que procesos reales se desencadenen dentro de sí, a propósito de movimientos exteriores.

Por esto es que vale la pena celebrar cualquier acontecimiento que nos invite al cambio de vida, como el “Año Nuevo”.

Estamos tan necesitados de buenas noticias, que es válido celebrar todo aquello que nos invita a abrirnos a la novedad. No nos conformamos con las modas, aspiramos a algo digno de lo que somos.

Nuestro corazón tiene sed de Dios y de su misericordia: “Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío” (Sal 42, 1).

Los anhelos del corazón del hombre son santos, porque corresponden a lo único que puede colmarlos, que está en Dios.

Toda búsqueda lleva la marca de Dios.

Reconociendo que el deseo de lo nuevo tiene que ver con el anhelo del sueño de Dios para nosotros, con una transformación desde la raíz de nuestras vidas y de las estructuras sociales y políticas, les invitamos a discernir los cambios que necesitamos.

Hay malos hábitos de vida, “mañas”, delitos, pecados con los que nos hemos acostumbrado a convivir, sobornando nuestra conciencia y muchas veces, cínicamente, creyéndonos muy justos a pesar de ello.

Todo eso de nosotros que se ha brincado a la mentira, iluminémoslo con la luz de la inteligencia y del evangelio, porque algún día nos alcanzará, pero, sobre todo, porque alguien paga nuestros abusos necesariamente, tal vez alguien que decimos amar.

En cuanto a nuestra Iglesia diocesana, pongámonos en camino de conversión misionera y sinodal.

Asumamos la “opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización…”(EG, 27). Superemos el “capillismo” de grupos, comunidades, movimientos, parroquias, individuos, que debilitan el testimonio de unidad pedido por Jesús(Jn 17, 23). ¡Hagamos camino juntos! Construyamos la sinodalidad en torno al “Año de la misión diocesana” que se nos propone. Fortalezcamos la organización sectorial de nuestras parroquias, para promover desde ella la iglesia en salida y la formación de pequeñas comunidades. Al interior de la comunión, ejercitemos nuestra creatividad evangelizadora y nuestros carismas.

Hagamos del Nuevo Año una oportunidad de reflexionar sobre la trasformación social que necesitamos.

La democracia como el poder del pueblo al servicio del pueblo está lejos de cumplirse. Todavía preferimos el paternalismo asistencial antes que la formación de la conciencia política ciudadana.

Llevamos muchos años de campañas basadas en las promesas (sin cumplir muchas veces) y descalificaciones, antes que en los proyectos de bien común a largo plazo.

El poder político no está sanamente al servicio de los más vulnerables de nuestra sociedad. Sigue existiendo el clientelismo y corporativismo en la atención a los más necesitados.

Los programas sociales no dejan de tener el “tufo” del manejo político, en función de construir candidaturas e inducir al voto. El “pecado original” de la administración de la “cosa pública” parce seguir siendo que quienes conquistan el poder político, y sus allegados, son los principales beneficiarios de él. Parece cierto que la permanencia prolongada en el poder de una persona, o de un grupo, corrompe. Las frecuentes frustraciones debidas a la injusticia social son causas de violencia.

¡Que el Nuevo Año que está por comenzar renueve nuestra esperanza y nuestra vida!

Torreón, Coahuila.- El obispo de la Diócesis de Torreón, Luis Martín Barraza Beltrán, dijo en su mensaje de Año Nuevo que es el momento de renovar la esperanza. Es de vital importancia para los seres humanos estar en camino hacia una vida nueva. Junto con el alimento y el vestido, las personas necesitamos la esperanza de una vida plena. Es esta esperanza que nos lleva a trascender el nivel meramente temporal para encontrar un consuelo en lo espiritual.

La naturaleza y el acontecer cotidiano nos sorprenden continuamente con sus cambios, pero los humanos aspiramos a cambios más radicales.

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Si redujéramos la existencia humana sólo a la repetición de las leyes naturales, la creatividad del espíritu humano se sentiría oprimida.

Hay un principio de rebeldía al interior de toda carne que reclama siempre ir más allá de sus límites. Debe haber algo verdaderamente nuevo que sobre pase el ritmo fatal del tiempo solar.

Foto: Roberto Rodríguez Hernández | El Sol de La Laguna

Hasta se arriesga la vida con tal de sentir el consuelo de la novedad. Pareciera que el deseo de lo nuevo se excita cada vez más, a medida que crece la capacidad de producir cosas y noticias, algunas falsas (fake news).

Tal vez por eso celebramos el Año Nuevo, cualquier pretexto es bueno para acariciar la esperanza de que algo nuevo está por venir, cada día, cada semana lo es, pero más grande es la promesa de un año.

El comienzo de un año está más en el consenso humano, que en un tiempo real. Existen otros “años nuevos” como el escolar o el litúrgico; y en otras latitudes otro ritmo de los años.

Puede ser que algunos movimientos en la naturaleza sorprendan nuestro espíritu, pero eso es nada para la necesidad tan profunda de cambio que hay en el corazón humano.

Es cierto que el hombre puede hacer que procesos reales se desencadenen dentro de sí, a propósito de movimientos exteriores.

Por esto es que vale la pena celebrar cualquier acontecimiento que nos invite al cambio de vida, como el “Año Nuevo”.

Estamos tan necesitados de buenas noticias, que es válido celebrar todo aquello que nos invita a abrirnos a la novedad. No nos conformamos con las modas, aspiramos a algo digno de lo que somos.

Nuestro corazón tiene sed de Dios y de su misericordia: “Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío” (Sal 42, 1).

Los anhelos del corazón del hombre son santos, porque corresponden a lo único que puede colmarlos, que está en Dios.

Toda búsqueda lleva la marca de Dios.

Reconociendo que el deseo de lo nuevo tiene que ver con el anhelo del sueño de Dios para nosotros, con una transformación desde la raíz de nuestras vidas y de las estructuras sociales y políticas, les invitamos a discernir los cambios que necesitamos.

Hay malos hábitos de vida, “mañas”, delitos, pecados con los que nos hemos acostumbrado a convivir, sobornando nuestra conciencia y muchas veces, cínicamente, creyéndonos muy justos a pesar de ello.

Todo eso de nosotros que se ha brincado a la mentira, iluminémoslo con la luz de la inteligencia y del evangelio, porque algún día nos alcanzará, pero, sobre todo, porque alguien paga nuestros abusos necesariamente, tal vez alguien que decimos amar.

En cuanto a nuestra Iglesia diocesana, pongámonos en camino de conversión misionera y sinodal.

Asumamos la “opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización…”(EG, 27). Superemos el “capillismo” de grupos, comunidades, movimientos, parroquias, individuos, que debilitan el testimonio de unidad pedido por Jesús(Jn 17, 23). ¡Hagamos camino juntos! Construyamos la sinodalidad en torno al “Año de la misión diocesana” que se nos propone. Fortalezcamos la organización sectorial de nuestras parroquias, para promover desde ella la iglesia en salida y la formación de pequeñas comunidades. Al interior de la comunión, ejercitemos nuestra creatividad evangelizadora y nuestros carismas.

Hagamos del Nuevo Año una oportunidad de reflexionar sobre la trasformación social que necesitamos.

La democracia como el poder del pueblo al servicio del pueblo está lejos de cumplirse. Todavía preferimos el paternalismo asistencial antes que la formación de la conciencia política ciudadana.

Llevamos muchos años de campañas basadas en las promesas (sin cumplir muchas veces) y descalificaciones, antes que en los proyectos de bien común a largo plazo.

El poder político no está sanamente al servicio de los más vulnerables de nuestra sociedad. Sigue existiendo el clientelismo y corporativismo en la atención a los más necesitados.

Los programas sociales no dejan de tener el “tufo” del manejo político, en función de construir candidaturas e inducir al voto. El “pecado original” de la administración de la “cosa pública” parce seguir siendo que quienes conquistan el poder político, y sus allegados, son los principales beneficiarios de él. Parece cierto que la permanencia prolongada en el poder de una persona, o de un grupo, corrompe. Las frecuentes frustraciones debidas a la injusticia social son causas de violencia.

¡Que el Nuevo Año que está por comenzar renueve nuestra esperanza y nuestra vida!

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