/ lunes 19 de febrero de 2024

Tiempos electorales y posverdad

El público es digno de recibir información veraz, procedente de fuentes confiables. En todo tiempo lo ha sido, pero lamentablemente no siempre se le ofrece a la gente ávida de información lo que periodísticamente merece recibir.

Vivimos en el tiempo de la “posverdad”, de las “fake news”, de las distorsiones que se hacen de manera deliberada con el fin de influir en la opinión pública, sin que a los autores de la desinformación les importe destruir el honor y la trayectoria de una o varias personas.

El Diccionario de la Lengua Española define el término “posverdad” como la "distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales".

Lo más triste del caso es que todas estas acciones desinformativas y antiéticas que se publican preferentemente en Internet y redes sociales, se hacen en nombre de la libertad de expresión, un derecho garantizado por el artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el cual comprende “la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas, ya sea oralmente, por escrito, o a través de las nuevas tecnologías de la información”.

Mi crítica a los trabajos carentes de ética periodística no significa que esté a favor de la censura gubernamental a los periodistas que escriben contra la corrupción y la opacidad política. El propósito de mi columna es recordarle a los profesionales de la información que sus trabajos deben realizarse atendiendo los criterios deontológicos, con responsabilidad, verdad e independencia.

Es vergonzoso deformar una realidad con el fin de satisfacer determinados intereses económicos o partidistas. También es vergonzosa la impunidad que envuelve a la mayoría de estos casos.

No olvidemos que estamos en un año electoral, y que en la búsqueda de que determinado político gane en las urnas, quienes hacen periodismo militante pueden recurrir a lo que sea y como sea.

El público exige de sus informantes trabajos periodísticos serios, completos, debidamente verificados y contrastados, que luego de ser publicados no haya personas que los echen por tierra.

El periodista que desinforma por amor al dinero termina siendo exhibido ante las audiencias como mercenario, mentiroso y traidor de sus lectores, perdiendo entre otras cosas su credibilidad, que es el capital más importante que pueden tener las personas dedicadas a investigar e informar.

Se satisfacen las necesidades informativas del público sólo cuando el periodista realiza una investigación a fondo, cuando le habla a sus audiencias con la verdad, cuando en su trabajo informativo no intervienen intereses bastardos, sino únicamente el noble interés de contar la verdad sobre determinado tema.

X: @armayacastro

El público es digno de recibir información veraz, procedente de fuentes confiables. En todo tiempo lo ha sido, pero lamentablemente no siempre se le ofrece a la gente ávida de información lo que periodísticamente merece recibir.

Vivimos en el tiempo de la “posverdad”, de las “fake news”, de las distorsiones que se hacen de manera deliberada con el fin de influir en la opinión pública, sin que a los autores de la desinformación les importe destruir el honor y la trayectoria de una o varias personas.

El Diccionario de la Lengua Española define el término “posverdad” como la "distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales".

Lo más triste del caso es que todas estas acciones desinformativas y antiéticas que se publican preferentemente en Internet y redes sociales, se hacen en nombre de la libertad de expresión, un derecho garantizado por el artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el cual comprende “la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas, ya sea oralmente, por escrito, o a través de las nuevas tecnologías de la información”.

Mi crítica a los trabajos carentes de ética periodística no significa que esté a favor de la censura gubernamental a los periodistas que escriben contra la corrupción y la opacidad política. El propósito de mi columna es recordarle a los profesionales de la información que sus trabajos deben realizarse atendiendo los criterios deontológicos, con responsabilidad, verdad e independencia.

Es vergonzoso deformar una realidad con el fin de satisfacer determinados intereses económicos o partidistas. También es vergonzosa la impunidad que envuelve a la mayoría de estos casos.

No olvidemos que estamos en un año electoral, y que en la búsqueda de que determinado político gane en las urnas, quienes hacen periodismo militante pueden recurrir a lo que sea y como sea.

El público exige de sus informantes trabajos periodísticos serios, completos, debidamente verificados y contrastados, que luego de ser publicados no haya personas que los echen por tierra.

El periodista que desinforma por amor al dinero termina siendo exhibido ante las audiencias como mercenario, mentiroso y traidor de sus lectores, perdiendo entre otras cosas su credibilidad, que es el capital más importante que pueden tener las personas dedicadas a investigar e informar.

Se satisfacen las necesidades informativas del público sólo cuando el periodista realiza una investigación a fondo, cuando le habla a sus audiencias con la verdad, cuando en su trabajo informativo no intervienen intereses bastardos, sino únicamente el noble interés de contar la verdad sobre determinado tema.

X: @armayacastro