Vivimos en un mundo donde cada vez hay más pobres. De acuerdo con el Banco Mundial, en 2022 más de 700 millones de personas en el mundo vivían en la pobreza extrema. Lastimosamente, México no está exento de esta problemática universal.
Son muchas las personas que creen que este problema debe ser resuelto por los gobiernos y las instituciones públicas, olvidando que todos podemos contribuir a solucionar esta penosa situación a través de acciones solidarias.
La solidaridad es el valor que nos impulsa a pensar en las personas que no tienen lo elemental para resolver algunas de sus principales necesidades. El Rey David expresó en su tiempo: “Bienaventurado el que piensa en el pobre…” (Salmos 41:1).
Para ser solidarios es necesario ser sensibles, y permitir que esa sensibilidad nos ayude a abrir los ojos para ver lo que los demás padecen. Solidaridad es realizar tareas de ayuda para disminuir el sufrimiento de las personas que la adversidad ha colocado en una situación de vulnerabilidad.
Este valor logra que las personas se sacudan la indiferencia y el pensamiento de que la resiliencia del que padece le ayudará a adaptarse positivamente ante la adversidad. Esta forma de pensar nos limitará e impedirá brindar auxilio diligente a quienes lo necesitan.
Una de las enseñanzas memorables de Jesús de Nazaret aparece en la parábola del buen samaritano, cuyo relato se encuentra en la Biblia (Lucas 10:30-35). De acuerdo con la narración de este pasaje bíblico, un hombre de camino a Jericó fue asaltado y golpeado con saña, quedando medio muerto a la orilla del camino. Por el lugar pasó un sacerdote, luego un levita, ambos religiosos pero insensibles, que luego de ver el cuerpo ensangrentado de aquel hombre siguieron su camino. Más tarde pasó un buen samaritano que alteró su agenda y se detuvo para ayudar al herido. Lo hizo a pesar de las diferencias religiosas e ideológicas que había entre él y quien necesitaba de ayuda urgente. Recordemos que en ese tiempo judíos y samaritanos no se llevaban entre sí. Restándole importancia a esta desavenencia, curó sus heridas con vino y aceite, lo levantó y lo puso sobre su cabalgadura para enseguida llevarle al mesón, donde ordenó a su siervo: “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.
Lo del buen samaritano fue un acto indiscutible de misericordia, algo mejor que un acto de solidaridad, aunque bien sabemos que la misericordia y la solidaridad están íntimamente ligadas, y que estos dos valores actúan tomados de la mano en auxilio del prójimo.
Aristóteles decía que “la esencia de la vida es servir a otros y hacer el bien”. Este pensamiento de hacer el bien a quien ha sido golpeado por la adversidad, es lo que se necesita hoy más que nunca. Sin embargo, actualmente se abandona a su suerte a las personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad y de escasos recursos por la pobreza, la desigualdad, la migración, la violencia, los desastres naturales, entre otros males que aquejan en nuestro tiempo a la humanidad.
Recordemos que la verdadera solidaridad es solícita y desinteresada, y actúa sin hacer alarde de sus acciones, y sin esperar nunca la gratitud ni el reconocimiento de nadie.