/ miércoles 3 de mayo de 2023

¿Tu mente te hace engordar? Te presentamos la obesidad emocional

Existe un extremo poco conocido pero igualmente preocupante: la relación entre la obesidad y la salud mental

En nuestra sociedad actual, la presión por alcanzar los estándares de belleza socialmente aceptables puede generar un gran impacto en la salud física y mental de las personas. La obsesión por tener un cuerpo escultural ha llevado a la proliferación de trastornos de alimentación, como la anorexia y la bulimia. Sin embargo, existe otro extremo menos conocido pero igualmente preocupante: la relación entre la obesidad y la salud mental.

Muchas personas recurren a la comida como una forma de lidiar con la ansiedad o la depresión, buscando consuelo en los alimentos en lugar de abordar sus problemas emocionales de manera adecuada. Esta conexión entre la comida y las emociones puede tener consecuencias graves para la salud física y mental de las personas.

La relación entre la comida y las emociones tiene sus raíces en nuestras primeras experiencias de alimentación. Desde el momento en que somos amamantados por nuestras madres, la alimentación se convierte en un acto que nos brinda calidez y protección. A lo largo de nuestra vida, esa sensación de bienestar asociada a la comida puede persistir, especialmente cuando nos sentimos ansiosos o deprimidos.

Comer se convierte en una forma de distraernos y olvidar temporalmente nuestros problemas emocionales. Sin embargo, esta estrategia es solo una solución momentánea y no aborda la raíz del problema. Por más que intentemos hacer dieta o perder peso, si no resolvemos nuestros problemas emocionales, seguiremos recurriendo a la comida como un refugio.

La relación entre la comida y la salud mental

Es importante comprender que la relación entre la comida y las emociones va más allá de la simple sensación de hambre. Muchas veces, comemos no porque tengamos hambre real, sino porque sentimos la necesidad de complacer a otros o de evitar herir los sentimientos de alguien. Nos acostumbramos a comer en exceso y a ignorar las señales de saciedad de nuestro cuerpo.

A medida que esta dinámica se repite, el acto de comer adquiere otro significado, perdiendo su conexión con nuestras necesidades físicas reales. Si bien es cierto que la comida puede proporcionar consuelo momentáneo, no es una solución duradera para los problemas emocionales. El vacío que sentimos no se llenará con comida, sino con amor y una solución duradera a nuestros problemas emocionales.

Aquellos que buscan refugio en la comida a menudo enfrentan el estigma de la falta de fuerza de voluntad. Sin embargo, este enfoque es simplista y no tiene en cuenta los problemas psicológicos subyacentes. La dificultad para dejar de comer en exceso no es simplemente una cuestión de voluntad, sino un problema psicológico que requiere atención y tratamiento adecuado. Identificar si nuestra relación con la comida tiene un trasfondo psicológico es el primer paso para abordar el problema.

Si recurrimos al refrigerador con frecuencia por razones distintas al hambre real, es hora de buscar ayuda y tratar el problema en su raíz.

En nuestra sociedad actual, la presión por alcanzar los estándares de belleza socialmente aceptables puede generar un gran impacto en la salud física y mental de las personas. La obsesión por tener un cuerpo escultural ha llevado a la proliferación de trastornos de alimentación, como la anorexia y la bulimia. Sin embargo, existe otro extremo menos conocido pero igualmente preocupante: la relación entre la obesidad y la salud mental.

Muchas personas recurren a la comida como una forma de lidiar con la ansiedad o la depresión, buscando consuelo en los alimentos en lugar de abordar sus problemas emocionales de manera adecuada. Esta conexión entre la comida y las emociones puede tener consecuencias graves para la salud física y mental de las personas.

La relación entre la comida y las emociones tiene sus raíces en nuestras primeras experiencias de alimentación. Desde el momento en que somos amamantados por nuestras madres, la alimentación se convierte en un acto que nos brinda calidez y protección. A lo largo de nuestra vida, esa sensación de bienestar asociada a la comida puede persistir, especialmente cuando nos sentimos ansiosos o deprimidos.

Comer se convierte en una forma de distraernos y olvidar temporalmente nuestros problemas emocionales. Sin embargo, esta estrategia es solo una solución momentánea y no aborda la raíz del problema. Por más que intentemos hacer dieta o perder peso, si no resolvemos nuestros problemas emocionales, seguiremos recurriendo a la comida como un refugio.

La relación entre la comida y la salud mental

Es importante comprender que la relación entre la comida y las emociones va más allá de la simple sensación de hambre. Muchas veces, comemos no porque tengamos hambre real, sino porque sentimos la necesidad de complacer a otros o de evitar herir los sentimientos de alguien. Nos acostumbramos a comer en exceso y a ignorar las señales de saciedad de nuestro cuerpo.

A medida que esta dinámica se repite, el acto de comer adquiere otro significado, perdiendo su conexión con nuestras necesidades físicas reales. Si bien es cierto que la comida puede proporcionar consuelo momentáneo, no es una solución duradera para los problemas emocionales. El vacío que sentimos no se llenará con comida, sino con amor y una solución duradera a nuestros problemas emocionales.

Aquellos que buscan refugio en la comida a menudo enfrentan el estigma de la falta de fuerza de voluntad. Sin embargo, este enfoque es simplista y no tiene en cuenta los problemas psicológicos subyacentes. La dificultad para dejar de comer en exceso no es simplemente una cuestión de voluntad, sino un problema psicológico que requiere atención y tratamiento adecuado. Identificar si nuestra relación con la comida tiene un trasfondo psicológico es el primer paso para abordar el problema.

Si recurrimos al refrigerador con frecuencia por razones distintas al hambre real, es hora de buscar ayuda y tratar el problema en su raíz.

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