/ lunes 1 de abril de 2024

Una crónica de Torreón | El proceso contra Cristo

Aquel Domingo dos de abril del año 30 del Siglo primero de nuestra era, bajo un cielo nublado y de fina llovizna, y la hora sexta (aproximadamente las doce del mediodía) Jesús de Nazareth ordenó a sus discípulos Pedro y Juan se trasladaran al poblado llamada Betfagé, de donde deberían llevarle un borrico que encontrarían atado, todo esto para el efecto de trasladarse en el mismo a la Ciudad Santa de Jerusalén.

Por aquellos días gran cantidad de peregrinos se encontraba en la Ciudad Santa. Las ya próximas fiestas de pascua, el resucitación de Lázaro y la curiosidad por escuchar y conocer desde luego al Hijo del Hombre, eran los motivos para que los peregrinos de todo Israel y no pocos de Grecia, se congregaran en la ciudad judía de referencia.

El imperio romano por tal época extendiendo sus dominios a otras latitudes del mundo, entre ellas a la nación judía de Israel. Jerusalén formaba parte del imperio y en consecuencia era gobernada por Poncio Pilatos, quien se desempeñaba como Procurador romano, representante de Tiberio César en tal provincia, encontrándose Pilatos en dicha ciudad para prevenir cualquier levantamiento de los judíos, con motivo de la celebración que realizaban por el éxodo de su pueblo de Egipto conducidos por Moisés.

La impartición de la justicia de Israel se depositaba en un supremo tribunal llamado Sanedrín, el cual estaba integrado por setenta sacerdotes entre Fariseos, Escribas, Levitas, y saduceos. Dicho tribunal intervenía en caso de faltas de tipo religioso y delitos que no llevaran como pena la muerte del infractor, en virtud de que la pena capital exclusivamente era facultad del procurador

El recibimiento que los hebreos le dieron al maestro fue apoteótico, principiando desde el camino que conducía a Jerusalén hasta la misma Puerta del gran templo. A su paso la gente le lanzaba flores y ramos de olivo vitoreándolo y gritándole todo tipo de alabanzas. Este hecho impidió en principio cumplir las amenazas de los sacerdotes del sanedrín, quienes habían dispuesto la aprehensión de Jesús. Sin embargo, el mismo dio lugar a que el odio y temor de éstos se acrecentara aún más en su contra.

En este Domingo, que hoy conocemos como de Ramos, tuvo lugar el enfrentamiento de los sacerdotes del templo con el Mesías, al sostenerle que sólo ellos tenían facultad de enseñar la ley y la verdad, pero Cristo les contestó: “¡Ciegos!... veis la paja en el ojo de vuestro hermano pero no veis a la viga en el vuestro. Cuando hayáis logrado quitar la viga de vuestro ojo, entonces vereís con claridad y podréis quitar la paja del ojo ajeno…”

La mañana del lunes tres de abril en el templo de la ciudad Santa de produjo un incidente Jesús y los cambistas, cuando estos últimos fueron expulsados del recinto sagrado por ser, según las palabras del maestro, casa de ordenación no madriguera de ladrones. Lo anterior motivó una reunión del Sanedrín en la cual se dispuso que a toda costa había que ridiculizar a Jesús en público para restarle la influencia que ejercía entre la gente del pueblo, y así aprehenderlo sin riesgo alguno.

Encontrándose Jesús predicando el en templo, los Fariseos y Escribas procedieron a dar cumplimiento al acuerdo tenido en el Sanedrín. Para tal efecto lo cuestionaron de diversas formas y obtuvieron respuesta a sus planteamientos mediante parábolas magisteriales expresadas y con las cuales, quedaron en ridículo fueron ellos mismos al no hacer caer en sus trampas al Maestro.

Lo acontecido el domingo y Lunes de aquel mes de abril del año 30 de nuestra era, en gran parte dio lugar a que los sacerdotes que integraban el tribunal de Sanedrín aceleraran la aprehensión de Jesús, en virtud de ver en él in verdadero guía espiritual del pueblo judío, el cual según ellos, podría iniciar un levantamiento contra los romanos y además porque a través de sus prédicas le restaba prestigio y autoridad como maestros de la religión.

Los motivos por los que los miembros del Sanedrín intentaba aprehender y someter a juicio a Jesús, según se trataba de los Fariseos o Saduceos, eran lo siguientes: para los primeros consistían en que el maestro era infractor de la ley al violar los sábados y otras ceremonias sagradas; los señalaban también como blasfemo por pregonar que era el Hijo de Dios y predicar sin ser maestro en religión como ellos.

Por su parte los Saduceos, que como es bien sabido tenían muy poco de religiosos pues más bien eran políticos y utilitaristas, venían en el Hijo de Hombre un latente peligro en sus relaciones con los romanos, puesto que según ellos Jesús predicaba un movimiento revolucionario que ponía en peligro a la nación judía. Además su actitud en el templo frente a los cambistas les había ocasionado cuantiosas pérdidas económicas, lo que constituían causas más que suficientes para estar en su contra.

La decisión del supremo tribunal de los judíos, el Sanedrín, había sido determinada tres años antes como consecuencia del primer encuentro del galileo en el templo de Jerusalén, cuando por vez primera expulsara a los cambistas y a los que vendían animales destinados a ofrendas pascuales, pues éste era negocio de los Saduceos. Lo acontecido al inicio de la semana que narramos no trajo sino la confirmación de la decisión de tal tribunal, consecuentemente la suerte estaba echada.

Para el Martes cuatro e abril del año de la crucifixión de Jesús de Nazareth, la decisión del supremo tribunal de los judíos era conocida por todos los que habitualmente asistían al gran templo de la Ciudad Santa de Jerusalén por tal motivo al parecer Jesús aquella mañana en dicho templo sin manifestación de los sumos Sacerdotes, dio lugar a que le reconocieran a su valor administrándosele aún más.

En la mañana de ese día en el interior del templo, el Maestro, como los días anteriores, principió a predicar cuando un grupo de jóvenes, al parecer estudiantes aspirantes a Escribas, le formuló una pregunta insidiosa, sobre si era justo dar tributo al César, con la intención de incriminarlo ante la justicia romana de contestarles en forma negativa, sin embargo la sagacidad del Maestro al contestarles que al César diera lo que es de él y a dios lo que le corresponde, dio lugar a que se retiraran en franca derrota y avergonzados.

Al igual que los dos días precedentes, grupo de Fariseos y Saduceos continuaron presionando a Jesús con preguntas que llevaban implícitas la finalidad de que con alguna contestación errónea incurriera en alguna falta con contraviniera algina norma jurídica o romana, para facilitar así aun más su aprehensión y enjuiciamiento. Sin embargo, como ya quedó asentado, debido a la sagacidad, talento y astucia del enviado de Dios, lejos de que lograran su objetivo, a cada contestación que les daba, el fracaso y la vergüenza se alzaban ante los miembros del Sanedrín.

Entre los doce apóstoles que acompañaban al Maestro, solamente uno no era galileo, sino que era originario de Judea, y respondía al nombre de Judas Iscariote, quien según alguno de sus biógrafos, pertenecía a una secta política que promovía un levantamiento contra la denominación romana. Este personaje, como veremos más adelante, iría a representar uno de los principales papeles en la aprehensión y enjuiciamiento del Maestro de Galilea.

El miércoles cinco de abril del año 30 de nuestra era, Judas Iscariote se reúne con José Caifás, sumo sacerdote del Sanedrín, así como varios integrantes de tal tribunal a quienes expuso su decisión de separarse del grupo de Jesús y les ofrecía sus servicios para efecto de materializar la aprehensión del maestro. La acción de Judas ha sido históricamente considerada sin que con exactitud se haya determinado el por qué de su proceder.

La captura de Jesús se acordó para el jueves siguiente por la noche, para evitar en principio que los peregrinos y sus seguidores se enteraran de su detención y realizaran una acción para tratar de evitarla. Judas por su parte se comprometió a encabezar al grupo de aprehensores, a cambio de una recompensa (treinta monedas de plata) y honores que recibiría. Todo lo anterior según recursos novelados y bíblicos que haya al respecto.

El supremo tribunal de los hebreos, que como ya ha quedado asentado se le denominada Sanedrín, por conducto de su pontífice José Caifás solicitó de Poncio Pilatos, Procurador romano, el auxilio de la tropa para aprehender “a un agitador político, rodeado de otros agitadores paisanos suyos, todos prontos a suscitar motines en la ciudad”, a quienes por tales motivos se les consideraba de una alta peligrosidad, como es de suponerse, la persona en cuestión no era otra que Jesús de Nazareth. ¡Qué ironía de la visa! Pues de todos es sabido que nuestro personaje era toda bondad y que lejos de iniciar a la violencia predicaba la paz.

Lo hasta aquí narrado constituye un antecedente de lo acontecido en los días que precedieron a la determinación y enjuiciamiento de Jesús. Consideramos que la exposición se hace necesaria para que se entienda de forma clara la verdadera y real finalidad de que los enemigos de Jesús de Nazareth pretendían al intrigar en su contra, procurando por todos los medios a su alcance someterlos a juicio para que no fuera un obstáculo a sus mezquinos intereses.

Aprobada la solicitud del Sanedrín por la autoridad romana, los llamados vigilantes o policías del templo acompañados por soldados, a altas horas nocturnas se dirigieron al Huerto de los Olivos, todos fuertemente armados, para proceder a la detención del Hijo del hombre, hecho que realizaron no sin antes surgir un conato de violencia entras los aprehensores y los apóstoles, cuando Simón Pedro cercenó la oreja derecha de Malco, servidor de Caifás, intento que fue prontamente sofocado por Jesús, según la versión del evangelista Lucas, quien narra que Jesús dijo a sus seguidores: “dejad… ¡basta ya!, y tocando la oreja, lo curo”.

Después de ejecutada la aprehensión lo ataron y lo condujeron a la casa de Anás, suegro de José Caifás. Por su parte los apóstoles escaparon Alejándose de los captores y de su guía, que aun en tal momento según el relato del evangelista Juan, intercedió por ellos al decirle que él era Jesús de Nazareth a quien buscaban, “así que me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”, lo cual demuestra una vez más su nobleza.

Aquel Domingo dos de abril del año 30 del Siglo primero de nuestra era, bajo un cielo nublado y de fina llovizna, y la hora sexta (aproximadamente las doce del mediodía) Jesús de Nazareth ordenó a sus discípulos Pedro y Juan se trasladaran al poblado llamada Betfagé, de donde deberían llevarle un borrico que encontrarían atado, todo esto para el efecto de trasladarse en el mismo a la Ciudad Santa de Jerusalén.

Por aquellos días gran cantidad de peregrinos se encontraba en la Ciudad Santa. Las ya próximas fiestas de pascua, el resucitación de Lázaro y la curiosidad por escuchar y conocer desde luego al Hijo del Hombre, eran los motivos para que los peregrinos de todo Israel y no pocos de Grecia, se congregaran en la ciudad judía de referencia.

El imperio romano por tal época extendiendo sus dominios a otras latitudes del mundo, entre ellas a la nación judía de Israel. Jerusalén formaba parte del imperio y en consecuencia era gobernada por Poncio Pilatos, quien se desempeñaba como Procurador romano, representante de Tiberio César en tal provincia, encontrándose Pilatos en dicha ciudad para prevenir cualquier levantamiento de los judíos, con motivo de la celebración que realizaban por el éxodo de su pueblo de Egipto conducidos por Moisés.

La impartición de la justicia de Israel se depositaba en un supremo tribunal llamado Sanedrín, el cual estaba integrado por setenta sacerdotes entre Fariseos, Escribas, Levitas, y saduceos. Dicho tribunal intervenía en caso de faltas de tipo religioso y delitos que no llevaran como pena la muerte del infractor, en virtud de que la pena capital exclusivamente era facultad del procurador

El recibimiento que los hebreos le dieron al maestro fue apoteótico, principiando desde el camino que conducía a Jerusalén hasta la misma Puerta del gran templo. A su paso la gente le lanzaba flores y ramos de olivo vitoreándolo y gritándole todo tipo de alabanzas. Este hecho impidió en principio cumplir las amenazas de los sacerdotes del sanedrín, quienes habían dispuesto la aprehensión de Jesús. Sin embargo, el mismo dio lugar a que el odio y temor de éstos se acrecentara aún más en su contra.

En este Domingo, que hoy conocemos como de Ramos, tuvo lugar el enfrentamiento de los sacerdotes del templo con el Mesías, al sostenerle que sólo ellos tenían facultad de enseñar la ley y la verdad, pero Cristo les contestó: “¡Ciegos!... veis la paja en el ojo de vuestro hermano pero no veis a la viga en el vuestro. Cuando hayáis logrado quitar la viga de vuestro ojo, entonces vereís con claridad y podréis quitar la paja del ojo ajeno…”

La mañana del lunes tres de abril en el templo de la ciudad Santa de produjo un incidente Jesús y los cambistas, cuando estos últimos fueron expulsados del recinto sagrado por ser, según las palabras del maestro, casa de ordenación no madriguera de ladrones. Lo anterior motivó una reunión del Sanedrín en la cual se dispuso que a toda costa había que ridiculizar a Jesús en público para restarle la influencia que ejercía entre la gente del pueblo, y así aprehenderlo sin riesgo alguno.

Encontrándose Jesús predicando el en templo, los Fariseos y Escribas procedieron a dar cumplimiento al acuerdo tenido en el Sanedrín. Para tal efecto lo cuestionaron de diversas formas y obtuvieron respuesta a sus planteamientos mediante parábolas magisteriales expresadas y con las cuales, quedaron en ridículo fueron ellos mismos al no hacer caer en sus trampas al Maestro.

Lo acontecido el domingo y Lunes de aquel mes de abril del año 30 de nuestra era, en gran parte dio lugar a que los sacerdotes que integraban el tribunal de Sanedrín aceleraran la aprehensión de Jesús, en virtud de ver en él in verdadero guía espiritual del pueblo judío, el cual según ellos, podría iniciar un levantamiento contra los romanos y además porque a través de sus prédicas le restaba prestigio y autoridad como maestros de la religión.

Los motivos por los que los miembros del Sanedrín intentaba aprehender y someter a juicio a Jesús, según se trataba de los Fariseos o Saduceos, eran lo siguientes: para los primeros consistían en que el maestro era infractor de la ley al violar los sábados y otras ceremonias sagradas; los señalaban también como blasfemo por pregonar que era el Hijo de Dios y predicar sin ser maestro en religión como ellos.

Por su parte los Saduceos, que como es bien sabido tenían muy poco de religiosos pues más bien eran políticos y utilitaristas, venían en el Hijo de Hombre un latente peligro en sus relaciones con los romanos, puesto que según ellos Jesús predicaba un movimiento revolucionario que ponía en peligro a la nación judía. Además su actitud en el templo frente a los cambistas les había ocasionado cuantiosas pérdidas económicas, lo que constituían causas más que suficientes para estar en su contra.

La decisión del supremo tribunal de los judíos, el Sanedrín, había sido determinada tres años antes como consecuencia del primer encuentro del galileo en el templo de Jerusalén, cuando por vez primera expulsara a los cambistas y a los que vendían animales destinados a ofrendas pascuales, pues éste era negocio de los Saduceos. Lo acontecido al inicio de la semana que narramos no trajo sino la confirmación de la decisión de tal tribunal, consecuentemente la suerte estaba echada.

Para el Martes cuatro e abril del año de la crucifixión de Jesús de Nazareth, la decisión del supremo tribunal de los judíos era conocida por todos los que habitualmente asistían al gran templo de la Ciudad Santa de Jerusalén por tal motivo al parecer Jesús aquella mañana en dicho templo sin manifestación de los sumos Sacerdotes, dio lugar a que le reconocieran a su valor administrándosele aún más.

En la mañana de ese día en el interior del templo, el Maestro, como los días anteriores, principió a predicar cuando un grupo de jóvenes, al parecer estudiantes aspirantes a Escribas, le formuló una pregunta insidiosa, sobre si era justo dar tributo al César, con la intención de incriminarlo ante la justicia romana de contestarles en forma negativa, sin embargo la sagacidad del Maestro al contestarles que al César diera lo que es de él y a dios lo que le corresponde, dio lugar a que se retiraran en franca derrota y avergonzados.

Al igual que los dos días precedentes, grupo de Fariseos y Saduceos continuaron presionando a Jesús con preguntas que llevaban implícitas la finalidad de que con alguna contestación errónea incurriera en alguna falta con contraviniera algina norma jurídica o romana, para facilitar así aun más su aprehensión y enjuiciamiento. Sin embargo, como ya quedó asentado, debido a la sagacidad, talento y astucia del enviado de Dios, lejos de que lograran su objetivo, a cada contestación que les daba, el fracaso y la vergüenza se alzaban ante los miembros del Sanedrín.

Entre los doce apóstoles que acompañaban al Maestro, solamente uno no era galileo, sino que era originario de Judea, y respondía al nombre de Judas Iscariote, quien según alguno de sus biógrafos, pertenecía a una secta política que promovía un levantamiento contra la denominación romana. Este personaje, como veremos más adelante, iría a representar uno de los principales papeles en la aprehensión y enjuiciamiento del Maestro de Galilea.

El miércoles cinco de abril del año 30 de nuestra era, Judas Iscariote se reúne con José Caifás, sumo sacerdote del Sanedrín, así como varios integrantes de tal tribunal a quienes expuso su decisión de separarse del grupo de Jesús y les ofrecía sus servicios para efecto de materializar la aprehensión del maestro. La acción de Judas ha sido históricamente considerada sin que con exactitud se haya determinado el por qué de su proceder.

La captura de Jesús se acordó para el jueves siguiente por la noche, para evitar en principio que los peregrinos y sus seguidores se enteraran de su detención y realizaran una acción para tratar de evitarla. Judas por su parte se comprometió a encabezar al grupo de aprehensores, a cambio de una recompensa (treinta monedas de plata) y honores que recibiría. Todo lo anterior según recursos novelados y bíblicos que haya al respecto.

El supremo tribunal de los hebreos, que como ya ha quedado asentado se le denominada Sanedrín, por conducto de su pontífice José Caifás solicitó de Poncio Pilatos, Procurador romano, el auxilio de la tropa para aprehender “a un agitador político, rodeado de otros agitadores paisanos suyos, todos prontos a suscitar motines en la ciudad”, a quienes por tales motivos se les consideraba de una alta peligrosidad, como es de suponerse, la persona en cuestión no era otra que Jesús de Nazareth. ¡Qué ironía de la visa! Pues de todos es sabido que nuestro personaje era toda bondad y que lejos de iniciar a la violencia predicaba la paz.

Lo hasta aquí narrado constituye un antecedente de lo acontecido en los días que precedieron a la determinación y enjuiciamiento de Jesús. Consideramos que la exposición se hace necesaria para que se entienda de forma clara la verdadera y real finalidad de que los enemigos de Jesús de Nazareth pretendían al intrigar en su contra, procurando por todos los medios a su alcance someterlos a juicio para que no fuera un obstáculo a sus mezquinos intereses.

Aprobada la solicitud del Sanedrín por la autoridad romana, los llamados vigilantes o policías del templo acompañados por soldados, a altas horas nocturnas se dirigieron al Huerto de los Olivos, todos fuertemente armados, para proceder a la detención del Hijo del hombre, hecho que realizaron no sin antes surgir un conato de violencia entras los aprehensores y los apóstoles, cuando Simón Pedro cercenó la oreja derecha de Malco, servidor de Caifás, intento que fue prontamente sofocado por Jesús, según la versión del evangelista Lucas, quien narra que Jesús dijo a sus seguidores: “dejad… ¡basta ya!, y tocando la oreja, lo curo”.

Después de ejecutada la aprehensión lo ataron y lo condujeron a la casa de Anás, suegro de José Caifás. Por su parte los apóstoles escaparon Alejándose de los captores y de su guía, que aun en tal momento según el relato del evangelista Juan, intercedió por ellos al decirle que él era Jesús de Nazareth a quien buscaban, “así que me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”, lo cual demuestra una vez más su nobleza.