/ viernes 1 de marzo de 2024

Antes todos los caminos conducían a Roma, hoy nos llevan a Pekín

El libro Las nuevas rutas de la seda de Frankopan nos lleva a ver los compases de la historia de otra manera. Las rutas de la seda revelan que el pasado no es una repetición de períodos y regiones aisladas y con límites nítidos, sino que, el mundo ha estado conectado durante milenios en un pasado global, más vasto e inclusivo. De esto trata este texto. También aclara que una buena parte de este trabajo fue realizado en línea, lo que prueba que los métodos de investigación también han evolucionado. La pandemia los aceleró.

Frankopan nos dice que, en el mundo actual, las decisiones realmente trascendentes no se toman en París, Londres, Berlín o Roma, como sucedía hace cien años, sino en Pekín y Moscú, en Teherán y Riad, en Delhi e Islamabad, en Kabul y en las zonas de Afganistán controladas por los talibanes, en Ankara, Damasco y Jerusalén. Que en esta región del mundo en los últimos años han aflorado una serie de propuestas y organizaciones que intentan fomentar la colaboración, la cooperación y el intercambio, y que aportan un relato común de solidaridad y futuro compartido. Por otra parte, están claros con qué recursos cuentan. British Petroleum calcula que Oriente Próximo, Rusia y Asia Central acumulan casi el 70% de las reservas probadas de petróleo del mundo y el 65% de las reservas probadas de gas natural, una cifra que no incluye las reservas de Turkmenistán, entre cuyos campos gasísticos se cuenta Galkinish, el segundo yacimiento más grande del mundo.

Además nos dice que cuentan con silicio, indispensable en la microelectrónica y la producción de semiconductores y del cual Rusia y China reúnen las tres cuartas partes de la producción mundial; o tierras raras como el itrio, el disprosio y el terbio, elementos básicos para una variedad amplísima de productos, desde los superimanes hasta las baterías, o desde los actuadores electrónicos hasta los ordenadores portátiles, y de los que, en 2016, solo China producía más del 80% de la fabricación mundial. Mientras que los pioneros de las redes suelen hablar de cómo el apasionante mundo de la inteligencia artificial, la inteligencia de datos y el aprendizaje automático prometen cambiar la forma en la que vivimos, trabajamos y pensamos, pocos suelen preguntarse de dónde provienen los materiales en los que se basa el nuevo mundo digital, o qué sucedería si la oferta se agotara o fuera usada como un arma comercial y política por quienes tienen casi el monopolio del suministro global. ¿Quién tiene el del litio de las baterías de los autos eléctricos?

También señala que en la región abundan otras riquezas que ofrecen grandes beneficios a quienes las controlan, como la heroína, que durante más de una década ha sido un recurso vital para la economía de los talibanes en Afganistán. Hacia 2015, un enviado de la ONU señaló que el país tenía “más de doscientos mil hectáreas, unos dos mil kilómetros cuadrados aproximadamente, dedicadas al cultivo de la adormidera”. Para poner eso en perspectiva, agrega, “eso equivale a más de cuatrocientos mil campos de fútbol americano”. Esto hace que el control de las rutas de seda sea hoy más importante que nunca.

En 1990, el número de chinos que viajaban como turistas a otros países era mínimo y gastaban en total unos quinientos millones de dólares al año. En 2017, esa cifra se multiplicó quinientas veces, aproximadamente el doble de lo que los viajeros estadounidenses gastan al año en el extranjero. Y esas cifras seguirán creciendo. China no es solo un mercado que ofrece la posibilidad de obtener grandes beneficios; es un mercado imposible de ignorar. La historia es similar en la India, Pakistán, Rusia y los países del golfo Pérsico, donde solo los clientes de los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, gastan casi tres millones de dólares al año en coches de gama alta.

El autor nos alerta que la fortuna o fracaso de las grandes corporaciones también se decidirá en Oriente, no en Occidente. Se avecina un nuevo mundo, uno que la mayoría encuentra poco familiar y que puede parecer alternativamente exótico e inquietante. Tal vez sea difícil creer que Irán sea hoy uno de los centros más vibrantes del mundo para las empresas tecnológicas emergentes. A la vista de los acontecimientos de los últimos años, es incuestionable que la era de Occidente se encuentre en una encrucijada.

jshv0851@gmail.com

El libro Las nuevas rutas de la seda de Frankopan nos lleva a ver los compases de la historia de otra manera. Las rutas de la seda revelan que el pasado no es una repetición de períodos y regiones aisladas y con límites nítidos, sino que, el mundo ha estado conectado durante milenios en un pasado global, más vasto e inclusivo. De esto trata este texto. También aclara que una buena parte de este trabajo fue realizado en línea, lo que prueba que los métodos de investigación también han evolucionado. La pandemia los aceleró.

Frankopan nos dice que, en el mundo actual, las decisiones realmente trascendentes no se toman en París, Londres, Berlín o Roma, como sucedía hace cien años, sino en Pekín y Moscú, en Teherán y Riad, en Delhi e Islamabad, en Kabul y en las zonas de Afganistán controladas por los talibanes, en Ankara, Damasco y Jerusalén. Que en esta región del mundo en los últimos años han aflorado una serie de propuestas y organizaciones que intentan fomentar la colaboración, la cooperación y el intercambio, y que aportan un relato común de solidaridad y futuro compartido. Por otra parte, están claros con qué recursos cuentan. British Petroleum calcula que Oriente Próximo, Rusia y Asia Central acumulan casi el 70% de las reservas probadas de petróleo del mundo y el 65% de las reservas probadas de gas natural, una cifra que no incluye las reservas de Turkmenistán, entre cuyos campos gasísticos se cuenta Galkinish, el segundo yacimiento más grande del mundo.

Además nos dice que cuentan con silicio, indispensable en la microelectrónica y la producción de semiconductores y del cual Rusia y China reúnen las tres cuartas partes de la producción mundial; o tierras raras como el itrio, el disprosio y el terbio, elementos básicos para una variedad amplísima de productos, desde los superimanes hasta las baterías, o desde los actuadores electrónicos hasta los ordenadores portátiles, y de los que, en 2016, solo China producía más del 80% de la fabricación mundial. Mientras que los pioneros de las redes suelen hablar de cómo el apasionante mundo de la inteligencia artificial, la inteligencia de datos y el aprendizaje automático prometen cambiar la forma en la que vivimos, trabajamos y pensamos, pocos suelen preguntarse de dónde provienen los materiales en los que se basa el nuevo mundo digital, o qué sucedería si la oferta se agotara o fuera usada como un arma comercial y política por quienes tienen casi el monopolio del suministro global. ¿Quién tiene el del litio de las baterías de los autos eléctricos?

También señala que en la región abundan otras riquezas que ofrecen grandes beneficios a quienes las controlan, como la heroína, que durante más de una década ha sido un recurso vital para la economía de los talibanes en Afganistán. Hacia 2015, un enviado de la ONU señaló que el país tenía “más de doscientos mil hectáreas, unos dos mil kilómetros cuadrados aproximadamente, dedicadas al cultivo de la adormidera”. Para poner eso en perspectiva, agrega, “eso equivale a más de cuatrocientos mil campos de fútbol americano”. Esto hace que el control de las rutas de seda sea hoy más importante que nunca.

En 1990, el número de chinos que viajaban como turistas a otros países era mínimo y gastaban en total unos quinientos millones de dólares al año. En 2017, esa cifra se multiplicó quinientas veces, aproximadamente el doble de lo que los viajeros estadounidenses gastan al año en el extranjero. Y esas cifras seguirán creciendo. China no es solo un mercado que ofrece la posibilidad de obtener grandes beneficios; es un mercado imposible de ignorar. La historia es similar en la India, Pakistán, Rusia y los países del golfo Pérsico, donde solo los clientes de los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, gastan casi tres millones de dólares al año en coches de gama alta.

El autor nos alerta que la fortuna o fracaso de las grandes corporaciones también se decidirá en Oriente, no en Occidente. Se avecina un nuevo mundo, uno que la mayoría encuentra poco familiar y que puede parecer alternativamente exótico e inquietante. Tal vez sea difícil creer que Irán sea hoy uno de los centros más vibrantes del mundo para las empresas tecnológicas emergentes. A la vista de los acontecimientos de los últimos años, es incuestionable que la era de Occidente se encuentre en una encrucijada.

jshv0851@gmail.com