/ martes 22 de junio de 2021

Tragedias mineras coahuilenses, una maldita herencia: líder antorchista

Al no tener otra fuente de ingresos deben vivir de esta forma para no morir de hambre

A través del tiempo, la Región Carbonífera de Coahuila se ha convertido en una zona de constante tragedia, enlutando al por mayor a familias mineras que al no tener otra opción que la extracción del carbón se mantienen adheridos a lo que se podría llamar una maldita herencia, donde si los abuelos fueron, también lo deben ser los padres, hijos y nietos, en una cadena interminable de llanto que se debe vivir a cambio de no morir de hambre.

Para el líder estatal del Movimiento Antorchista, Pablo Pérez García, el precio que se paga por ser minero en esos lugares es muy alto: el de la propia vida. Después de tener sobrados ejemplos de trágicas consecuencias, con derrumbes o explosiones desde antes de la mina Cuatro y Medio, después en Pasta de Conchos y demás para llegar a la más reciente, la mina de Micarán en Múzquiz, Coahuila, con siete personas sin vida.

Pero en toda esa región no hay otras opciones, la gente vale muy poco para los grandes capitalistas, para quienes se erigen como propietarios de esos lugares y de los que han obtenido su riqueza, que siguen gozando de sobrada impunidad bajo el amparo del gobierno federal, que otorga los permisos, como si el escritor Edmundo Valadés, se hubiera inspirado en estos lamentables sucesos para escribir su obra “La Muerte Tiene Permiso”.

Pareciera que no hay poder gubernamental alguno en México que ponga fin a tan enorme tragedia que viven los mineros de Coahuila, en esos pueblos enteros que dependiendo del carbón para nutrir de energía a la patria en la que subsisten de milagro, se debaten a diario entre su vida y su muerte.

Por supuesto que de todo eso están enterados ampliamente las grandes empresas mineras y los caciques locales que hacen negocio con el mineral: cada vez que un minero muere asfixiado, ahogado o sepultado, su hijo se dispondrá a bajar a los “pocitos” a rascar las entrañas del planeta a cambio de un sueldo deplorable y jugándose el pellejo en cada palada de carbón.

Aún se recuerda como fue esa madrugada del 19 de febrero de 2006, cuando una explosión de gas sepultó a sesenta y cinco mineros en la Unidad 8 de Pasta de Conchos, mina situada en el municipio de San Juan de Sabinas.

Antes, la Cuatro y Medio ubicada en Palaú, sepultó a muchos hombres, cuerpos que fueron apilados envueltos en sábanas mientras los malacates venían cargados de restos humanos, ante la mirada del entonces gobernador de Coahuila, Eliseo Mendoza Berrueto, que se hizo presente desde la madrugada acompañado por el entonces comandante del ejército en la entidad.

Pero hablemos de la estadística: en 1889, 300 muertos en la mina El Hondo; en 1908, 200 muertos en la mina 3 de Rosita y 100 en la mina 2 de Palaú; en 1910, 300 en la mina 2 de Esperanzas; en 1925, 41 en la mina 4 de Palaú; en 1934, 57 en la mina 6 de Rosita; en 1939, 67 en la mina 5 de Palaú; en 1969, 153 en la mina Guadalupe de Barroterán; en 1988, 37 mineros en la mina 4.5 de Esperanzas; en 2001, 12 muertos en La Morita, y en 2002, 13 muertos en el pozo La Espuelita, además de los recientes que se han presentado.

Hace tiempo de la Región Carbonífera de Coahuila se extraían arriba de tres mil millones de toneladas de carbón al año. Con el cual la Comisión Federal de Electricidad (CFE) genera 10% de su energía.

La Región Carbonífera de Coahuila abarca unos 16 mil kilómetros cuadrados al norte de la entidad. La conforman los municipios de Sabinas, San Juan de Sabinas, Melchor Múzquiz, Progreso y Piedras Negras; 90% de las reservas mexicanas de carbón yacen debajo de esta región.

Es evidente que en la medida en que no se actúe por parte del gobierno para resolver ese grave problema, las tragedias se seguirán presentando, mientras unos y otros se echan culpas, el llanto de las familias mineras no cesa al incrementarse las cruces a flor de tierra.

Hace falta también que los mineros y sus familias se organicen, que cuenten con una organización sindical que verdaderamente los defienda y que a la vez pugne por la diversificación de la economía en toda esa Región que parece ser se encuentra olvidada o abandonada a su suerte.

Los caciques mineros están vigentes, cuando llegan a suceder las tragedias se limitan a señalar refiriéndose a los mineros caídos; “murieron en el cumplimiento de su deber”, a manera de ofrenda, por la osadía de arrancar el negro energético de las entrañas de la Región Carbonífera”.

Es una tierra inundada de miseria, un verdadero horror donde nadie parece darse cuenta de lo que está y seguirá sucediendo, donde hay muchos empresarios aglutinando riqueza bajo el sufrimiento de la gente, donde hay insensibilidad de un gobierno que piensa que todo marcha sobre ruedas y que las tragedias se deben atender cuando ocurren y nunca prevenirlas.

Es un moderno estado de esclavitud que contrasta negativamente con el progreso anunciado por los representantes de cada uno de los tres órdenes de gobierno. Es una condición que no debería de existir en medio de una llamada Cuarta Transformación, ni en un discurso repleto de progreso.

Aquí en la Región Carbonífera de Coahuila se detiene la vida desde hace mucho tiempo, se presenta la muerte como engalanada por la voracidad de los empresarios, propietarios de esas minas, muchos de los cuales han tenido la osadía de llegar a contender en busca de cargos de elección popular, muchos que se jactan de ser amigos del mandatario mexicano en turno, mismos que no han respondido a las demandas justas de las familias mineras.

En concreto, es necesario que los mineros de esas tierras se organicen para poner punto final a sus problemas, que cuenten con quién luche por ellos pero sin afán de enriquecerse con la lucha, que sienta en carne propia tan enorme sufrimiento vivido, es necesario que ahora despierten y luchen por salvaguardar sus vidas y las vidas de sus familias, que no se vean abandonados a su suerte cuando decidan dejar a un lado esa fábrica de muerte.

A través del tiempo, la Región Carbonífera de Coahuila se ha convertido en una zona de constante tragedia, enlutando al por mayor a familias mineras que al no tener otra opción que la extracción del carbón se mantienen adheridos a lo que se podría llamar una maldita herencia, donde si los abuelos fueron, también lo deben ser los padres, hijos y nietos, en una cadena interminable de llanto que se debe vivir a cambio de no morir de hambre.

Para el líder estatal del Movimiento Antorchista, Pablo Pérez García, el precio que se paga por ser minero en esos lugares es muy alto: el de la propia vida. Después de tener sobrados ejemplos de trágicas consecuencias, con derrumbes o explosiones desde antes de la mina Cuatro y Medio, después en Pasta de Conchos y demás para llegar a la más reciente, la mina de Micarán en Múzquiz, Coahuila, con siete personas sin vida.

Pero en toda esa región no hay otras opciones, la gente vale muy poco para los grandes capitalistas, para quienes se erigen como propietarios de esos lugares y de los que han obtenido su riqueza, que siguen gozando de sobrada impunidad bajo el amparo del gobierno federal, que otorga los permisos, como si el escritor Edmundo Valadés, se hubiera inspirado en estos lamentables sucesos para escribir su obra “La Muerte Tiene Permiso”.

Pareciera que no hay poder gubernamental alguno en México que ponga fin a tan enorme tragedia que viven los mineros de Coahuila, en esos pueblos enteros que dependiendo del carbón para nutrir de energía a la patria en la que subsisten de milagro, se debaten a diario entre su vida y su muerte.

Por supuesto que de todo eso están enterados ampliamente las grandes empresas mineras y los caciques locales que hacen negocio con el mineral: cada vez que un minero muere asfixiado, ahogado o sepultado, su hijo se dispondrá a bajar a los “pocitos” a rascar las entrañas del planeta a cambio de un sueldo deplorable y jugándose el pellejo en cada palada de carbón.

Aún se recuerda como fue esa madrugada del 19 de febrero de 2006, cuando una explosión de gas sepultó a sesenta y cinco mineros en la Unidad 8 de Pasta de Conchos, mina situada en el municipio de San Juan de Sabinas.

Antes, la Cuatro y Medio ubicada en Palaú, sepultó a muchos hombres, cuerpos que fueron apilados envueltos en sábanas mientras los malacates venían cargados de restos humanos, ante la mirada del entonces gobernador de Coahuila, Eliseo Mendoza Berrueto, que se hizo presente desde la madrugada acompañado por el entonces comandante del ejército en la entidad.

Pero hablemos de la estadística: en 1889, 300 muertos en la mina El Hondo; en 1908, 200 muertos en la mina 3 de Rosita y 100 en la mina 2 de Palaú; en 1910, 300 en la mina 2 de Esperanzas; en 1925, 41 en la mina 4 de Palaú; en 1934, 57 en la mina 6 de Rosita; en 1939, 67 en la mina 5 de Palaú; en 1969, 153 en la mina Guadalupe de Barroterán; en 1988, 37 mineros en la mina 4.5 de Esperanzas; en 2001, 12 muertos en La Morita, y en 2002, 13 muertos en el pozo La Espuelita, además de los recientes que se han presentado.

Hace tiempo de la Región Carbonífera de Coahuila se extraían arriba de tres mil millones de toneladas de carbón al año. Con el cual la Comisión Federal de Electricidad (CFE) genera 10% de su energía.

La Región Carbonífera de Coahuila abarca unos 16 mil kilómetros cuadrados al norte de la entidad. La conforman los municipios de Sabinas, San Juan de Sabinas, Melchor Múzquiz, Progreso y Piedras Negras; 90% de las reservas mexicanas de carbón yacen debajo de esta región.

Es evidente que en la medida en que no se actúe por parte del gobierno para resolver ese grave problema, las tragedias se seguirán presentando, mientras unos y otros se echan culpas, el llanto de las familias mineras no cesa al incrementarse las cruces a flor de tierra.

Hace falta también que los mineros y sus familias se organicen, que cuenten con una organización sindical que verdaderamente los defienda y que a la vez pugne por la diversificación de la economía en toda esa Región que parece ser se encuentra olvidada o abandonada a su suerte.

Los caciques mineros están vigentes, cuando llegan a suceder las tragedias se limitan a señalar refiriéndose a los mineros caídos; “murieron en el cumplimiento de su deber”, a manera de ofrenda, por la osadía de arrancar el negro energético de las entrañas de la Región Carbonífera”.

Es una tierra inundada de miseria, un verdadero horror donde nadie parece darse cuenta de lo que está y seguirá sucediendo, donde hay muchos empresarios aglutinando riqueza bajo el sufrimiento de la gente, donde hay insensibilidad de un gobierno que piensa que todo marcha sobre ruedas y que las tragedias se deben atender cuando ocurren y nunca prevenirlas.

Es un moderno estado de esclavitud que contrasta negativamente con el progreso anunciado por los representantes de cada uno de los tres órdenes de gobierno. Es una condición que no debería de existir en medio de una llamada Cuarta Transformación, ni en un discurso repleto de progreso.

Aquí en la Región Carbonífera de Coahuila se detiene la vida desde hace mucho tiempo, se presenta la muerte como engalanada por la voracidad de los empresarios, propietarios de esas minas, muchos de los cuales han tenido la osadía de llegar a contender en busca de cargos de elección popular, muchos que se jactan de ser amigos del mandatario mexicano en turno, mismos que no han respondido a las demandas justas de las familias mineras.

En concreto, es necesario que los mineros de esas tierras se organicen para poner punto final a sus problemas, que cuenten con quién luche por ellos pero sin afán de enriquecerse con la lucha, que sienta en carne propia tan enorme sufrimiento vivido, es necesario que ahora despierten y luchen por salvaguardar sus vidas y las vidas de sus familias, que no se vean abandonados a su suerte cuando decidan dejar a un lado esa fábrica de muerte.

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